sábado, 3 de marzo de 2012

De vuelta a casa.

Echo a andar hacia casa. Una ligera llovizna cubre las calles, dándole a todo un aspecto húmedo y frío. La gente corre por las aceras, tapándose cada uno con lo que puede. Una chica viene de frente con un pañuelo de color verde mar enrollado a la cabeza, tratando inútilmente de protegerse de la lluvia. Doblo la esquina. Una chica con medias y minifalda blanca habla con un hombre metido en unos vaqueros algo desgastados. Algo más adelante, el que será el dueño del estaco se fuma un cigarrillo viendo las gotas resbalar por los escaparates. Los coches salpican agua a su paso y la gente corre pisando charcos. La lluvia siempre acelera el ritmo de las cosas; cuando llueve todo el mundo tiene más prisa. Sigo andando y me cruzo con otras dos chicas envueltas en sus respectivos pañuelos. Las cuento, ya van tres. Cuatro. Tengo los dedos de las manos entumecidos por el frío, ya casi no los siento, pero realmente no me importa demasiado, pronto llegaré a casa. Ha parado de llover, pero nadie parece darse cuenta, la gente sigue tratando de taparse como puede. Los hombres llevan abrigos grandes, las chicas, menos abrigadas, van con simples cazadoras y gabardinas. Me paro en el cruce. Rojo. Ámbar. Verde, por fin. Paso al otro lado de la calle intentando mojar lo menos posible mis viejos pantalones de chándal, aunque sin mucho éxito, ya que llevan todo el camino arrastrando por el suelo. Ya no queda nada, puedo ver mi casa desde aquí. Me cruzo con una pareja, un chico y una chica que conversan y ríen, completamente indiferentes a lo que les rodea. Así es como debería ser siempre. Él la abraza para protegerla del frío, o tal vez solo sea porque le gusta sentirla entre sus brazos. Me pregunto a donde irán. Supongo que esas son cosas que jamás llegaré a saber. Acelero el paso, estoy a punto de llegar, solo unos metros más y podré refugiarme en el portal. Miro a la derecha, donde acaba de parar el autobús. Va casi vacío, tan solo unas siete u ocho personas utilizan esta noche sus servicios. Una pareja de ancianos se miran sin decir nada cogidos de la mano. Una mujer a la que están empezando a salirle las primeras canas lee un libro mientras echa algún que otro vistazo por la ventana; al parecer no le interesa demasiado. Una pareja sentada al fondo hablan de sus cosas mientras esperan  a que vuelva a arrancar el autobús. Dejo de mirar a los ocupantes del autobús y con las manos temblando de frío empujo la puerta y entro por fin en mi portal.


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