domingo, 16 de diciembre de 2012

12/14/12

Era un día cualquiera 14/12/12, durante la quinta clase, después de comer. Ella hablaba por teléfono, andando de un lado a otro contenta por oír la voz de aquellos a los que quería. Fue hacia las escaleras al fondo del pasillo, media vuelta en dirección al hall, donde estaban comiendo los del tercer turno. Él tenía tercer turno, con una poco de suerte le vería y él igual se acercaba a hablar. Por ahí iba Alicia, esa chica que iba con ella a baloncesto y a clase de inglés. Estaba hablando con un chico. Ella llevaba una camiseta gris y él una sudadera roja, él… Sintió un pequeño pinchazo en el estómago cuando lo vio con ella, igual al de la noche anterior al enterarse de que habían ido juntos al cine por su estado del Facebook. Le habían comentado que tonteaba con ella, pero verlo era diferente. La saludó con una sonrisa cuando pasaron por su lado. Ella se la devolvió forzada y se obligó a dar la vuelta, de nuevo en dirección a la escalera…

domingo, 11 de marzo de 2012

¿Por qué el amor es ciego?

Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso: ¿Vamos a jugar al escondite?

La Intriga levantó la ceja intrigada y la Curiosidad, sin poder contenerse preguntó:

- ¿Al escondite? ¿Y cómo es eso?
- Es un juego. - Explicó la Locura. - Yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras vosotros os escondéis y cuando yo haya terminado de contar, el primero de vosotros que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego. 

El Entusiasmo bailó secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar, la Verdad prefirió no esconderse, ¿Para qué? Si al final siempre la hallaban, y la Soberbia opinó que era un juego muy tonto, aunque en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella, y la Cobardía prefirió no arriesgarse...

Uno, dos, tres... comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza, que cómo siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La Generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: ¿Qué si un lago cristalino? Ideal para la Belleza. ¿Qué síi la hendidura de un árbol? Perfecto para la Timidez. ¿Qué si el vuelo de la mariposa? Lo mejor para la Voluptuosidad. ¿Qué si una ráfaga de viento? Magnífico para la Libertad.Así terminó por ocultarse en un rayito de sol. El Egoismo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio: ventilado, cómodo... Pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (Mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y la Pasión y el Deseo en el centro de los volcanes.
El Olvido se me olvidó donde se escondió, pero eso no es lo importante.


Cuando la Locura contaba 999.999, el Amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores.

- ¡Un millón! - Contó la Locura y comenzó a buscar.


La primera en aparecer fue la Pereza, sólo a tres pasos de una piedra. Después se escuchó a la Fe discutiendo con Dios en el cielo sobre Teología y a la Pasión y al Deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y claro, así pudo deducir donde estaba el Triunfo. El Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la Belleza; y con la Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca, sin decidir aún de que lado esconderse.

Así fue encontrando a todos, el Talento entre la hierba fresca, la Angustia en una oscura cueva, la Mentira detrás del arco iris, mentira, ella estaba en el fondo del océano; y hasta el Olvido, que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.


Pero sólo el Amor no aparecía por ningún sitio. La Locura buscó detrás de cada árbol bajo, cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas... Y cuando estaba a punto de darse por vencida divisó un rosal, tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto, un doloroso grito se escuchó.
Las espinas habían herido en los ojos al Amor; la Locura no sabía qué hacer para disculparse. Lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces; desde que por primera vez se jugó al escondite en la tierra; el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña.

sábado, 3 de marzo de 2012

De vuelta a casa.

Echo a andar hacia casa. Una ligera llovizna cubre las calles, dándole a todo un aspecto húmedo y frío. La gente corre por las aceras, tapándose cada uno con lo que puede. Una chica viene de frente con un pañuelo de color verde mar enrollado a la cabeza, tratando inútilmente de protegerse de la lluvia. Doblo la esquina. Una chica con medias y minifalda blanca habla con un hombre metido en unos vaqueros algo desgastados. Algo más adelante, el que será el dueño del estaco se fuma un cigarrillo viendo las gotas resbalar por los escaparates. Los coches salpican agua a su paso y la gente corre pisando charcos. La lluvia siempre acelera el ritmo de las cosas; cuando llueve todo el mundo tiene más prisa. Sigo andando y me cruzo con otras dos chicas envueltas en sus respectivos pañuelos. Las cuento, ya van tres. Cuatro. Tengo los dedos de las manos entumecidos por el frío, ya casi no los siento, pero realmente no me importa demasiado, pronto llegaré a casa. Ha parado de llover, pero nadie parece darse cuenta, la gente sigue tratando de taparse como puede. Los hombres llevan abrigos grandes, las chicas, menos abrigadas, van con simples cazadoras y gabardinas. Me paro en el cruce. Rojo. Ámbar. Verde, por fin. Paso al otro lado de la calle intentando mojar lo menos posible mis viejos pantalones de chándal, aunque sin mucho éxito, ya que llevan todo el camino arrastrando por el suelo. Ya no queda nada, puedo ver mi casa desde aquí. Me cruzo con una pareja, un chico y una chica que conversan y ríen, completamente indiferentes a lo que les rodea. Así es como debería ser siempre. Él la abraza para protegerla del frío, o tal vez solo sea porque le gusta sentirla entre sus brazos. Me pregunto a donde irán. Supongo que esas son cosas que jamás llegaré a saber. Acelero el paso, estoy a punto de llegar, solo unos metros más y podré refugiarme en el portal. Miro a la derecha, donde acaba de parar el autobús. Va casi vacío, tan solo unas siete u ocho personas utilizan esta noche sus servicios. Una pareja de ancianos se miran sin decir nada cogidos de la mano. Una mujer a la que están empezando a salirle las primeras canas lee un libro mientras echa algún que otro vistazo por la ventana; al parecer no le interesa demasiado. Una pareja sentada al fondo hablan de sus cosas mientras esperan  a que vuelva a arrancar el autobús. Dejo de mirar a los ocupantes del autobús y con las manos temblando de frío empujo la puerta y entro por fin en mi portal.